Peculiaridades

sábado, 27 de julio de 2013

Nunca es tarde si la dicha es buena



Debo esta entrada desde hace ya meses, y por eso he elegido ese refrán para titularlo. Espero merecer el perdón de las compañeras que me lo pidieron: chicas, ya sabéis que tenemos la agenda de un ministro pero sin secretaria, coche oficial ni por supuesto el sueldo. Cuesta ponerse a escribir. Prueba de ello es que sólo llevo título y un párrafo y ya han venido a verme Traca para ojear lo que hago, Triqui para enseñarme la hora en su reloj de pulsera de madera y Consorte para anunciar el cambio exitoso del primer halógeno del cuarto de baño. El siguiente será el Pou del móvil pidiendo jugar, alimentarle o limpiarle la mierda -Jesús, qué bicho virtual más guarro-, como si lo viera.

A lo que íbamos. Como anuncié en la anterior entrada, esta primavera se celebró la reunión de antiguas alumnas de mi promoción de la EGB. Sólo decir Educación General Básica ya da a entender que la que  suscribe, al igual que las que vinieron, dejaron la mocería hace algo de tiempo. Un casi nada, bueno veinticinco añitos desde que nos fuimos del cole. En realidad, veintiséis porque llevó tiempo organizar el evento. Como servidora se fue del pueblo a la capital de provincia a buscarse la vida, el novio y las castañas, no mantuve el contacto con la mayoría de las que compartieron conmigo aulas, juegos de comba, catequesis, comuniones y otros sacramentos que cayeron en el lote, exámenes, excursiones y notas. Así que sentía mucha curiosidad por volver a verlas, saber de sus vidas, qué caminos tomaron al salir de aquella etapa.

(Consorte acaba de cambiar los cuatro halógenos del baño por LEDs. Ahora mi microbaño está tan inundado de luz que puedo ver más claramente las patas de gallo y los pelos del bigote. Ciertamente recomendable...)

Si tuviera que resumir el día en una palabra, de las muchas que me vienen a la cabeza me quedo con emocionante. Sin duda alguna. Volver a ver a personas que llevaba hasta veintiséis años sin ver, que me llamaran por mi nombre cuando yo pensaba que no me recordarían, reencontrarte con tus antiguas profesoras, la mayoría ya jubiladas, interesándose por lo que había hecho tras irme de allí, contando anécdotas, leer la bienvenida en la misa con la voz quebrada por los nervios (yo, que me jacto de no tener miedo escénico), cantar las viejas canciones del coro, recorrer el colegio y descubrir lo mucho que ha cambiado conservando sin embargo rincones y espacios idénticos a como eran en nuestros días... Fue un jornada para no parar de saludar y hacer preguntas, para reír y emocionarse, para brindar y bailar, para hacer cientos de fotos, comer, bailar... y recordar, sobre todo, recordar. Una ocasión para rellenar muchos huecos en el puzzle de la vida a través de fotos de otros tiempos y recuerdos de otras memorias, mejores que la mía, que para decepción propia y ajena ya no es la que fue de niña.

No tiene precio enterarse, por boca de una de ellas, de que las profesoras me tenían puesto mote. Me llamaban La Letrada... Me reí mucho, y como les dije, pues sigo con mote, ahora soy La Pecu. Acabé llorando, durante la comida, mientras hablábamos de la hermana Leonor, buena persona donde las hubiera, y al descubrir que no fui la única a la que pagó la excursión de fin de curso de sexto que mis padres no se podían permitir. Y lo lejos que llegaba su bondad. Me sorprendí cuando Auxi me dijo que me admiraba entonces por ser la única que le sostenía la mirada a la Seño en octavo, espero no haberla decepcionado cuando le conté que probablemente se debía a que ya entonces estaba miope perdida, porque yo de valor, cero. Me extrañó ver que no éramos mayoría las que tirábamos de móvil para enseñar las fotos -o ecografías- de los retoños, porque muchas habían seguido derroteros que no incluían la maternidad y la mayoría por elección, pero me alegró saberlo, pues así comprobé que mi generación fue de las primeras que tuvo libertad para salirse del camino establecido si así se quería.

También, y aquí dejo mi habitual tono jocoso, fue una ocasión para soltar cargas y cerrar cuentas pendientes. De esto no hablé con nadie, no era el momento, ni tampoco hizo falta. No conozco a nadie que guarde un recuerdo inmaculado de los años escolares, y yo no soy ninguna excepción. Siempre hay alguien con quien no te llevabas bien, siempre hay alguna humillación o pequeño sufrimiento que no olvidas, siempre algo te deja huella más permanente de la que hubieras querido. Ese día, sin nombrar siquiera esas cosas, sin decírselas a nadie, cerré heridas. Te das cuenta de que esas cosas sucedieron a personas que ya no existen porque crecieron y cambiaron, y no tiene sentido ya que guardes sombras. Y la reconciliación llega.

No puedo acabar sin agradecer de todo corazón desde este espacio a todas las que formaron el comité organizador, que a lo largo de varios meses consiguieron localizar y reunir a treintitantas personas esparcidas por un amplio cacho de geografía y disponer todo el jaleo, incluyendo comida, bebida, café, copas, merienda, baile... Salimos con un CD lleno de fotos en el bolso y el alma cargada de emoción. A las profesoras que vinieron a compartir la misa y la visita. A mis compañeras, todas ellas, las que vinieron y las que faltaron. Gracias por un día sensacional y por lo que compartimos, entonces y ahora.

Y chicas, mientras bailábamos a ritmo de los Hombres G, caí en la cuenta de que, oficialmente, acabamos de entrar en la categoría de carrozas... pero, eso sí, todas con un chasis envidiable y aún mejor motor.

Gracias.