Peculiaridades

viernes, 19 de octubre de 2012

Veraneando, se va el tiempo volando


Adoro el verano. Siempre se me pasa en un suspiro, y por más vacaciones que me den, y más calor que toque aguantar, se me hace cortísimo. *

Desde hace dos años, cuando empezaron a recortarnos hasta los rollos de esparadrapo, servidora cobra unos trescientos leuros menos cada mes, lo que ha provocado, como las fichas de dominó que caen en hilera, otros recortes domésticos que han afectado, entre otras cosas, a los viajes. Se acabaron esas salidas al extranjero planificadas durante meses, con amigos y familia. Hasta luego, London Eye. Adiós, Mickey Mouse, hasta que me toque la loto. Volveré pero no sé cuándo. Toca restringirse al turismo rural.

Pero rural del de antes, o sea, a mi pueblo natal. Que dista cuarenta kilómetros de mi piso y al que voy todos los domingos, o sea que de exotismo poco. Y a casa de mis padres, que en un pañuelito de terreno, con una casita, un porche, una piscina desmontable, una miaja huerto y dos perros retozones, nos hacen un sitio a los cuatro para que podamos disfrutar de un poco de calor familiar que sumar al estival y aliviar nuestra soledad del resto del año. Y redescubres otra forma de pasar el estío, disfrutando de los pequeños placeres sencillos, familiares, algunos viejos y otros nuevos:


  • El placer de pedirle a mi santa madre y paciente abuela que si se puede quedar un ratillo con las niñas para pegarte un voltio con el Consorte y tomarte un café, mirar un par de tiendas, o ya, tirando la casa por la ventana, largarte a cenar los dos solos una parrillada de verduras y un vinito al Quijote. Circunstancia que en el resto del año se puede repetir sólo si Urano se alinea con las dos lunas de Plutón, el barrendero acierta la bonoloto y no tengo la regla, todo a la vez. Mamá, te quiero.
  • El placer del picnic. Este verano hemos desempolvado todos los tuppers. Hemos hecho picnic en parques, en la playa -pero sin perdonar el espeto de sardinas del chiringuito, eso sí, en take away version-, en piscinas públicas y en mi propia piscina comunitaria, a la bajada de mi piso. No podrían creerse lo que jalan dos polluelas recién salidas de la piscina, ni lo rápido que se duermen al subir a casa, cuando ya sólo queda quitarse el cloro, cepillar dientes y a la cama. Lo que te deja lista para el siguiente placer de la lista, sólo para adultos:
  • El placer del gintonic. ¿Qué se creían, que ahora tocaba el sexo? Una señora no habla de esos asuntos en su blog, queridos. Cuando las polluelas duermen, y la noche refresca, no hay mayor placer que el de meterse a barwoman y preparar un gintonic -o mojito, o caipirinha- y compartirlo  con tu señor esposo, o con tu hermana, o con los dos, en tranquila conversación en el porche. 
  • El placer de un café con helado, sirope y caramelo...
  • El placer de regar el huerto y las macetas por la noche, con la manguera, y disfrutar del olor a tierra mojada.
  • El placer de recolectar lo que cada año tiene a capricho el huerto producir, que este año han sido berenjenas. Comer platos y platos de berenjenas fritas, con y sin miel de caña. Con salmorejo y en moussaka. En pisto. Constatar que se te está poniendo cara de berenjena y empezar a endosar berenjenas a los visitantes...
  • El placer de las inacabables cenas en el porche con la familia. La cena temática de la pizza casera. La cena temática mexicana. La fiesta temática de lo que se nos ocurra delirar, que este año acabó con nuestra hija de casi nueve años bailando a las tres de la mañana con más energía que el resto de adultos presentes, que nos miraban como diciendo No os queda ná, de aquí a poco que crezca...
  • El placer de pasar la tarde entera en la tumbona del porche, leyendo un libro, con té helado en la mesa, Consorte leyendo, las niñas piscineando, mi padre viendo la tele, mi madre regando...
  • El placer de quedar con las viejas amigas de la infancia.
  • El placer, nuevo este año, de volver a nadar a mi aire, disfrutando de un ratito para mí sola, contemplando las hazañas de mis hijas en los grupos de natación de al lado.
  • El placer de ver los fuegos artificiales de la feria desde el camino del campo, poco iluminado.
  • El tardío placer, cuando las niñas han vuelto a clase y el verano toca a su fin, de salir una mañana sola a buscar un pantalón, descubrir tiendas nuevas, desayunar en la calle a los sones de música callejera.
  • El placer de estar todos vivos, sanos, y juntos.


viernes, 5 de octubre de 2012

Niño que no llora, teta que no mama


(Particular contribución a la Semana Mundial de la Lactancia Materna)





Me ha gustado lo de empezar a escribir usando un refrán como título. Los refranes son cachos de sabiduría popular condensados en una sola sentencia. Para pasar fácilmente de generación en generación.

Debería ser así de fácil con toda la sabiduría popular. Pero lamentablemente, no lo es. Es lo que ocurre con la lactancia materna, o como yo la llamo, dar teta al crío. Tooooooda la vida de Dios, desde que caminábamos semierectos lanzando gruñidos y pedradas, criando los retoños a pecho, y a la que consiguen inventar una leche artificial medio potable se nos olvida todo ese arte en menos de dos generaciones. Termina ocurriendo lo inaudito, algo que en otros ámbitos como la alimentación, respiración o la misma procreación humana sería impensable: que el modo artificial sea visto de forma más natural que el que inventó la Mother Nature. Y así, no nos extraña ver a un bebé de semanas siendo alimentado con un biberón. Pero se nos haría rarísimo ver a tó Cristo por la calle con un respirador automático. 

Es por ello que, en muchos lugares, madres supervivientes a la cultura del biberón decidieron unirse para difundir y compartir la sabiduría que se estaba perdiendo. Porque no hay manera de condensar en un refrán la postura adecuada para que un recién nacido se enganche en condiciones, cómo curar unas grietas en el pezón o qué hacer cuando se te acaba la baja maternal y  el niño aún no desayuna churros con chocolate.  Y como a nuestro alrededor una madre lactante no suele tener modelos de referencia cercanos, o acude a un grupo de éstos, o con perdón de mi madre, que no usa palabrotas, las pasa muy putas.

En esta semana en que nos encontramos, la primera de Octubre, celebramos la Semana Mundial de la Lactancia Materna. Y en cada ciudad, un grupo de mujeres sin más denominador común que la experiencia de dar teta a sus críos y la voluntad de ayudar a otras madres, organiza actos para difundir su labor. Es por ello que hoy estoy escribiendo estas líneas, porque yo soy una de esas mujeres y madres. Las pasé muy canutas con mi primera hija, y cuando nació la pequeña supe de la existencia de un grupo de apoyo y empecé a ir a las reuniones, aun cuando no tenía un problema objetivo que resolver, aparentemente.

Pero sí que lo tenía, aunque Triqui mamaba como si no hubiera para mañana, aunque engordara a ojos vistas cual lechón cebado para Navidad, aunque casi ni supiera lo que era una grieta. Mi problema se llamaba soledad. Apenas conocía a nadie más que estuviera criando como yo. Era la única madre del parque y los columpios que no sabía decir en qué farmacia estaba la leche de polvos en oferta. Me miraban raro cuando decía que dormía con la niña para evitar estar media noche de parranda por los pasillos, y no precisamente con un gintonic en la mano. Gracias al grupo local de apoyo a dar la teta, encontré a madres que pasaban por lo mismo que yo y que no encontraban respuesta en los cauces oficiales. Ninguna revista de padres te dice cómo superar los cólicos si no hay biberón en el que echar unas gotitas, ni cómo se le empieza a dar a los seis meses comida de verdad tras la teta sin recurrir al mediocacitodecerealessinglutenenelbibidelanoche. Ellas sí. Y de pronto te encuentras con una cría metida en una bandolera de tela tirándose cuescos a mansalva, aliviada, y dándole una galleta para roer a los seis meses tras tomarse la teta de la mañana, y te preguntas cómo, si las cosas son tan fáciles, no hay nadie que las cuente así. Salvo mis amigas. Así llamo ahora a algunas de ellas. Porque me han abierto un mundo que yo desconocía. Porque han compartido sus galletas conmigo en el parque, junto a los columpios, porque me han ayudado con su experiencia y me han animado a seguir con la mía. A entera satisfacción de todas las partes implicadas.

Otro día cuento qué ha sido para mí poder elegir y dar el pecho para alimentar a mis retoñas. Por hoy, basten estas líneas para dar mi homenaje particular y celebrar la Semana Mundial de la Lactancia Materna. ¡Mucha teta!

PS. La elección del título tampoco es casual. Lo he elegido debido a su significado tan preciso en estos días de recorte de derechos, trabajos y servicios sociales. A aquellas amigas y compañeras que están en la lucha, reivindicando justicia en este mundo,  ¡ANIMO! Vosotras sabéis quiénes sois... ;.)