Peculiaridades

domingo, 12 de agosto de 2012

Mentir y comer pescado, requieren mucho cuidado


El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera.

Alexander Pope (1688-1744) Poeta inglés.




Charlábamos el otro día unas cuantas señoras al fresco de una conversación de Facebook sobre lo complicado que es criar a más de un vástago y que todos los días lleguen más o menos enteros a sus camas, por la afición que tienen a pelearse entre ellos, y coincidíamos todas en cómo a veces nos sentíamos más árbitros de lucha libre o mediadores de zona de conflicto que madres, cuando una de las intervinientes comentó el alivio que le suponía leer las experiencias de más personas en iguales circunstancias, siendo así que por los comentarios de la gente que trataba a diario le daban a entender que era casi la única que en su entorno directo lo padecía, pues los hijos e hijas de los demás, al decir de sus progenitores, eran un modelo de armonía fraternal. Suponía mi buena amiga entonces que muchos debían estar mintiendo, y no le faltaba razón, a buen seguro.

Y la cosa es que, aunque era la primera vez que oía mentiras sobre la relación entre hermanos, no soy la única que he comprobado cómo se falta a la verdad cuando se habla de esos tiernos seres que criamos en casa (no, los hámsters no). Si las narices crecieran en plan Pinocho, en la puerta del colegio y la sala de espera del pediatra sería tan difícil moverse como si se estuviera atravesando una selva. Esquivaríamos narices crecientes a cada paso, cual Lara Croft en la sala de entrenamiento. ¿Qué es lo que lleva a la gente a disimular la verdad, en cuanto a sus hijos se refiere? ¿Por qué esa necesidad de fingir normalidad, cuando no excelencia, en lo que atañe a los retoños, oño? Para desgracia además, de quienes no tenemos por costumbre disimular la verdad.

 A continuación paso a advertir, para aviso de primerizas y neófitos en la materia, que entre el top ten de las mentiras más comunes sobre crianza de nenes las tres primeras son:

  • Pues mi niño duerme del tirón toda la noche. Esto debería estar penado. A una madre reciente que mide con el metro de costurera la longitud de sus ojeras nadie le tiene que ir diciendo lo mucho que duermen los niños de los demás, y encima para que sea mentira. No, señora. Los niños duermen fatal, que lo sepas, según los estándares de los adultos. Es normalísimo. Ya irán durmiendo más seguidito y mejor, pero cuando a ellos les parezca conveniente, y además por rachas, fases, días y épocas. Y si alguien te dice lo contrario, o miente bellacamente, o si es verdad y se ufana de ello frente a ti, merece que al día siguiente su nene entre en fase de despertar continuo y la próxima vez que la veas sus ojeras sean más largas que las tuyas.
  • Pues mi niño duerme en su cunita/camita/cuartito/carrito/el –ito que sea. Eso de meterlo a dormir conmigo, jamás, que se acostumbra. Esta aseveración suele generar los enfrentamientos más encarnizados entre vecinas de patio y madres del cole. Más de una vez me he abstenido de entrar en liza verbal con alguien que ha presumido de la disciplina cuartelera que reina en su hogar en las horas nocturnas, habiéndome reconocido sotto voce en otra ocasión que de vez en cuando los críos le asaltaban la cama y rendía el fuerte. En esos momentos te gustaría tener una lengua prestada y recordarle sus palabras, pero desistes, porque te has dejado las lentejas al fuego y se te van a pegar.
  • Mi niño me come de todo. Pues qué bien, mire usted. Los niños de los demás, al nacer tragan como lechones, a los cuatro meses engullen papillones de cereales, al año tienen una dieta tan variada como el buffet del chino y a los tres los puedes mandar de Erasmus a Noruega. Y tú, con tu niña escuchimizada, te sientes fatal. Error, querida. Otea por la persiana a esa prima tuya que te ha restregado que su nena se ha zampado las espinacas… Todo puede ser que te sorprenda descubrir que lo único verde que come la niña son las gominolas de ese color del kiosco.


Hay muchas más: Mi nene dejó los pañales en dos días, a los dos años y cuatro meses; mis niños no tienen celos y no se pelean nunca; mi niña no ha pegado ni mordido nunca a nadie… La lista sería interminable, pero en algún momento tengo que hacer la cena, así que como conclusión, yo, que tengo dos mozuelas y unos cuantos tiros pegaos, desde aquí lo advierto: Querida lectora, desconfía. A mayor índice de perfección de la prole ajena, menor garantía hay de que lo contado sea cierto. Y si no me crees, entra en Internet y localiza cualquier foro de más madres que padres. Se te caerá la venda de los ojos y un mundo nuevo se abrirá ante tus ojos. Pues, no por nada, la mejor ventaja del ciberespacio es… su anonimato.

viernes, 3 de agosto de 2012

Grandes momentos de la maternidad







No sé ustedes, pero a mí me encanta dar la nota. La culpa la tienen mis padres, que presumían de niña que no sólo se sabía de memoria sino que además recitaba la obra entera de la función fin de curso de primero de EGB. Eso de tener a un público pendiente de ti marca tu personalidad, además de darte un gusto permanente por la escena, y hace que de mayor no te importe vestirte de hebrea y vitorear hosanna todos los años en La Pasión local, exponer en público cosas tan variopintas como un trabajo universitario, un discurso de graduación de niños que no son tuyos o tu experiencia como madre lactante, y dar el cante en público con tus niñas o a causa de ellas.


Criar a dos retoñas, a las que llamaremos Triqui -la peque- y Traca -la mayor- en público para preservar la poca dignidad que les queda a las pobres con la madre que les ha tocado en suerte, ha dado lugar a no pocas situaciones en que la destreza de una misma se ve puesta a prueba o puesta en escena, para pasmo del mundo entero o del que en esos momentos nos rodea. Siempre, por supuesto, saliendo airosa del trance.


Gran momento número uno:


Consejo escolar. Convocado para las diecisiete horas. Diecisiete horas y tres minutos. Ese día asistía la representante municipal, que era la primera vez que me veía. El resto de integrantes tienen ya más que asumido que me desplazo con mi minicirco particular, compuesto de Traca, Triqui, el Bolso (merienda, ropa, pañales, otros adminículos de mujer y madre), y Chila (supermochila ergonómica portabebés, el mejor invento tras el pelaajos de silicona, bueno no, mejor todavía). Llegué soltando a la grande en el hall para que jugara, con la chica, de dos años entonces, colgada a mi espalda en la supermochi, cubierta por un Superabrigo de los de apaño por detrás para que la nena asome su cabeza (el segundo mejor invento del siglo) y provista del Bolso y paraguas. Pedí perdón por llegar tarde, solté Bolso y paraguas, me saqué el Superabrigo en un plis por la cabeza, rechacé amablemente el ofrecimiento de ayuda para descolgar a la vástaga, cosa que hice en tres movimientos más ensayados que la muerte del cisne del Bolshoi, trinqué una silla, saqué ceras, papel y un aspito para la nena, nos arrimamos a la mesa y dije, mientras rodaban los globos oculares de la municipalidad presente por la mesa tras saltar de sus órbitas, "¿Por dónde íbamos?"


Recuerdo además que cuando la señora representante consiguió recuperar los ojos, volvieron a salírsele cuando oyó pedir a la chica, mientras repasábamos algún informe de la directora, "Maaaami, quiero tetaaaa" al tiempo que se asomaba a mi escote y yo le decía "Nooo, Triqui... Ahora no, LUEGO TE DOY UN POQUITO".


La verdad, ahora que lo pienso, no sabría decir si he vuelto a ver a esa señora...


Para otro día otra anécdota de las mías, que ahora la peque quiere remojarme en la piscina (hoy no toca nadar al lado de los cachas). Entretanto, como dicen los ingleses, feel free to express yourself, vamos, que cuentes tú las tuyas si te apetece.