El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará
obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera.
Charlábamos el otro día unas cuantas
señoras al fresco de una conversación de Facebook sobre lo complicado que es
criar a más de un vástago y que todos los días lleguen más o menos enteros a
sus camas, por la afición que tienen a pelearse entre ellos, y coincidíamos
todas en cómo a veces nos sentíamos más árbitros de lucha libre o mediadores de
zona de conflicto que madres, cuando una de las intervinientes comentó el
alivio que le suponía leer las experiencias de más personas en iguales
circunstancias, siendo así que por los comentarios de la gente que trataba a
diario le daban a entender que era casi la única que en su entorno directo lo
padecía, pues los hijos e hijas de los demás, al decir de sus progenitores,
eran un modelo de armonía fraternal. Suponía mi buena amiga entonces que muchos
debían estar mintiendo, y no le faltaba razón, a buen seguro.
Y la cosa es que, aunque era la
primera vez que oía mentiras sobre la relación entre hermanos, no soy la única
que he comprobado cómo se falta a la verdad cuando se habla de esos tiernos
seres que criamos en casa (no, los hámsters no). Si las narices crecieran en
plan Pinocho, en la puerta del colegio y la sala de espera del pediatra sería
tan difícil moverse como si se estuviera atravesando una selva. Esquivaríamos
narices crecientes a cada paso, cual Lara Croft en la sala de entrenamiento.
¿Qué es lo que lleva a la gente a disimular la verdad, en cuanto a sus hijos se
refiere? ¿Por qué esa necesidad de fingir normalidad, cuando no excelencia, en
lo que atañe a los retoños, oño? Para desgracia además, de quienes no tenemos
por costumbre disimular la verdad.
A continuación paso a advertir, para aviso
de primerizas y neófitos en la materia, que entre el top ten de las mentiras
más comunes sobre crianza de nenes las tres primeras son:
- Pues mi niño duerme del tirón toda la noche. Esto debería estar penado. A una madre reciente que mide con el metro de costurera la longitud de sus ojeras nadie le tiene que ir diciendo lo mucho que duermen los niños de los demás, y encima para que sea mentira. No, señora. Los niños duermen fatal, que lo sepas, según los estándares de los adultos. Es normalísimo. Ya irán durmiendo más seguidito y mejor, pero cuando a ellos les parezca conveniente, y además por rachas, fases, días y épocas. Y si alguien te dice lo contrario, o miente bellacamente, o si es verdad y se ufana de ello frente a ti, merece que al día siguiente su nene entre en fase de despertar continuo y la próxima vez que la veas sus ojeras sean más largas que las tuyas.
- Pues mi niño duerme en su cunita/camita/cuartito/carrito/el –ito que sea. Eso de meterlo a dormir conmigo, jamás, que se acostumbra. Esta aseveración suele generar los enfrentamientos más encarnizados entre vecinas de patio y madres del cole. Más de una vez me he abstenido de entrar en liza verbal con alguien que ha presumido de la disciplina cuartelera que reina en su hogar en las horas nocturnas, habiéndome reconocido sotto voce en otra ocasión que de vez en cuando los críos le asaltaban la cama y rendía el fuerte. En esos momentos te gustaría tener una lengua prestada y recordarle sus palabras, pero desistes, porque te has dejado las lentejas al fuego y se te van a pegar.
- Mi niño me come de todo. Pues qué bien, mire usted. Los niños de los demás, al nacer tragan como lechones, a los cuatro meses engullen papillones de cereales, al año tienen una dieta tan variada como el buffet del chino y a los tres los puedes mandar de Erasmus a Noruega. Y tú, con tu niña escuchimizada, te sientes fatal. Error, querida. Otea por la persiana a esa prima tuya que te ha restregado que su nena se ha zampado las espinacas… Todo puede ser que te sorprenda descubrir que lo único verde que come la niña son las gominolas de ese color del kiosco.
Hay
muchas más: Mi nene dejó los pañales en dos días, a los dos años y cuatro
meses; mis niños no tienen celos y no se pelean nunca; mi niña no ha pegado ni
mordido nunca a nadie… La lista sería interminable, pero en algún momento tengo
que hacer la cena, así que como conclusión, yo, que tengo dos mozuelas y unos
cuantos tiros pegaos, desde aquí lo advierto: Querida lectora, desconfía. A
mayor índice de perfección de la prole ajena, menor garantía hay de que lo
contado sea cierto. Y si no me crees, entra en Internet y localiza cualquier
foro de más madres que padres. Se te caerá la venda de los ojos y un mundo
nuevo se abrirá ante tus ojos. Pues, no por nada, la mejor ventaja del
ciberespacio es… su anonimato.