Adoro el verano. Siempre se me pasa en un suspiro, y por más vacaciones que me den, y más calor que toque aguantar, se me hace cortísimo. *
Desde hace dos años, cuando empezaron a recortarnos hasta los rollos de esparadrapo, servidora cobra unos trescientos leuros menos cada mes, lo que ha provocado, como las fichas de dominó que caen en hilera, otros recortes domésticos que han afectado, entre otras cosas, a los viajes. Se acabaron esas salidas al extranjero planificadas durante meses, con amigos y familia. Hasta luego, London Eye. Adiós, Mickey Mouse, hasta que me toque la loto. Volveré pero no sé cuándo. Toca restringirse al turismo rural.
Pero rural del de antes, o sea, a mi pueblo natal. Que dista cuarenta kilómetros de mi piso y al que voy todos los domingos, o sea que de exotismo poco. Y a casa de mis padres, que en un pañuelito de terreno, con una casita, un porche, una piscina desmontable, una miaja huerto y dos perros retozones, nos hacen un sitio a los cuatro para que podamos disfrutar de un poco de calor familiar que sumar al estival y aliviar nuestra soledad del resto del año. Y redescubres otra forma de pasar el estío, disfrutando de los pequeños placeres sencillos, familiares, algunos viejos y otros nuevos:
- El placer de pedirle a mi santa madre y paciente abuela que si se puede quedar un ratillo con las niñas para pegarte un voltio con el Consorte y tomarte un café, mirar un par de tiendas, o ya, tirando la casa por la ventana, largarte a cenar los dos solos una parrillada de verduras y un vinito al Quijote. Circunstancia que en el resto del año se puede repetir sólo si Urano se alinea con las dos lunas de Plutón, el barrendero acierta la bonoloto y no tengo la regla, todo a la vez. Mamá, te quiero.
- El placer del picnic. Este verano hemos desempolvado todos los tuppers. Hemos hecho picnic en parques, en la playa -pero sin perdonar el espeto de sardinas del chiringuito, eso sí, en take away version-, en piscinas públicas y en mi propia piscina comunitaria, a la bajada de mi piso. No podrían creerse lo que jalan dos polluelas recién salidas de la piscina, ni lo rápido que se duermen al subir a casa, cuando ya sólo queda quitarse el cloro, cepillar dientes y a la cama. Lo que te deja lista para el siguiente placer de la lista, sólo para adultos:
- El placer del gintonic. ¿Qué se creían, que ahora tocaba el sexo? Una señora no habla de esos asuntos en su blog, queridos. Cuando las polluelas duermen, y la noche refresca, no hay mayor placer que el de meterse a barwoman y preparar un gintonic -o mojito, o caipirinha- y compartirlo con tu señor esposo, o con tu hermana, o con los dos, en tranquila conversación en el porche.
- El placer de un café con helado, sirope y caramelo...
- El placer de regar el huerto y las macetas por la noche, con la manguera, y disfrutar del olor a tierra mojada.
- El placer de recolectar lo que cada año tiene a capricho el huerto producir, que este año han sido berenjenas. Comer platos y platos de berenjenas fritas, con y sin miel de caña. Con salmorejo y en moussaka. En pisto. Constatar que se te está poniendo cara de berenjena y empezar a endosar berenjenas a los visitantes...
- El placer de las inacabables cenas en el porche con la familia. La cena temática de la pizza casera. La cena temática mexicana. La fiesta temática de lo que se nos ocurra delirar, que este año acabó con nuestra hija de casi nueve años bailando a las tres de la mañana con más energía que el resto de adultos presentes, que nos miraban como diciendo No os queda ná, de aquí a poco que crezca...
- El placer de pasar la tarde entera en la tumbona del porche, leyendo un libro, con té helado en la mesa, Consorte leyendo, las niñas piscineando, mi padre viendo la tele, mi madre regando...
- El placer de quedar con las viejas amigas de la infancia.
- El placer, nuevo este año, de volver a nadar a mi aire, disfrutando de un ratito para mí sola, contemplando las hazañas de mis hijas en los grupos de natación de al lado.
- El placer de ver los fuegos artificiales de la feria desde el camino del campo, poco iluminado.
- El tardío placer, cuando las niñas han vuelto a clase y el verano toca a su fin, de salir una mañana sola a buscar un pantalón, descubrir tiendas nuevas, desayunar en la calle a los sones de música callejera.
- El placer de estar todos vivos, sanos, y juntos.