Peculiaridades

viernes, 4 de julio de 2014

Cortando cojones se aprende a capar ;-)

(Empowerment My Own Way)


No es necesario el corte de mangas para empoderarse, pero captan la idea, ¿no?


Según Wikipediaesta señora, el término "empoderamiento femenino",acuñado en la Conferencia Mundial de las Mujeres en Beijing (Pekin) en 1995, se refiere más o menos a tomar conciencia de que somos mujeres, de nuestras capacidades, posibilidades, y de que como sujetos activos nosotras tenemos el control en nuestra vida y nuestros actos. Luego ya si queremos pasamos a estudiar las ramificaciones, variantes y otras banderillas en vinagre que tiene la cosa, pero como es una tarde de Julio y me quiero bajar a la piscina, pues lo dejamos al libre albedrío de quien me lea, esto es, que pique usted en los enlaces de arriba si le interesa mucho el tema o no puede dormir esta noche.

Al revés de lo que se pudiera suponer por la elección del refrán que da título a la entrada, empoderarse una misma no tiene nada que ver con sacar un cuchillito así como el que usa Panorámix y liarse a castrar varones al paso. Meramente se refiere al hecho de que en mi propia experiencia personal, ha sido el irme enfrentando a los distintos retos y etapas de la vida lo que me ha ido curtiendo, madurando, creciendo, asegurando, concienciando, armando y otros gerundios: total, empoderando. Y ahora que ya he cruzado el umbral de los cuarenta soy capaz de reconocer algunas de las circunstancias que me han hecho lo que soy ahora:

  1. Sacarme el carnet de conducir. Con dieciséis años le contaba a todo el que me oyera que jamás de los jamases conduciría un coche. Con diecinueve me lo saqué (esto da para otra entrada, nunca digas de este agua y tal). Con veintiuno, un título nuevecito de enfermera y un novio al norte de la geografía cordobesa, me lancé a los caminos en un Seat Marbella rosa fucsia con asientos azules a buscarme las habas y los achuchones (en mi descargo, el del concesionario me timó diciéndome que era rojo coral, cuando lo tuve ya no lo podía devolver, y al final me encantó y lo vendí a los cuatro años llorando). Con treinta y tantos, dos niñas y un piso en el barrio peor comunicado del califato, me he ido sola con ellas adonde ha hecho falta, de día o de noche, cuando Consorte trabajaba. La alternativa era quedarnos en casa y sacarnos los ojos de aburrimiento, pues hala, como Martirio, a la calle a pegar chillíos. He tenido accidentes (pocos, leves, y sólo uno por mi culpa), he tenido roces y he pasado a veces miedo (ponte a buscar un pueblo perdido a las siete de la mañana por un camino donde no pasa ni el susto...), pero son riesgos a asumir. O eso, o no me muevo.
  2. Tener el oficio que tengo. Cuidar del cacho de salud que una persona o colectivo  te confía te hace cada vez más fuerte, prudente y sabia. Te obliga a tomar decisiones, a practicar la tolerancia y el respeto, a continuar aprendiendo para mejorar tu praxis y a saber cuándo pedir ayuda, entre otras cosas. Son muchas cualidades que no te dan con un diploma, sino que se aprenden día a día y que repercuten en tu vida personal. Para mí la vida, la enfermedad, la salud y la muerte tienen otro carácter que no es el común, y eso se fragua a base de ver nacer, morir, enfermar y sanar.
  3. Amar, tener pareja, convivir y compartir. Que tiene tela, ¿eh? Sobre construir una relación igualitaria, sin miedos, basada en el respeto, la confianza, los proyectos comunes y las cuotas de la hipoteca han escrito otros con más ganas y tiempo que yo, así que continúe usted esta noche en caso de insomnio, por ejemplo aquí o aquí.
  4. Gestar, parir y criar. Con toda seguridad es lo que más me ha definido y afinado. Traca nació cuando yo tenía treinta años y me creía que lo sabía todo, incluido por supuesto cómo cuidar de una criatura. Suponía que era pan comido, ¿no llegué a tener seis prematuros a mi cargo en Neonatos? ¡JA! ¡Nadie viene a darte el relevo a las ocho! Tener el primer vástago te hunde en la miseria, te resucita y te eleva, te cuestiona, te da la vuelta, te vuelve del revés y cuando te pone otra vez del derecho, ya no eres la misma y ni te reconoces. En los apuntes de la carrera no viene qué hacer cuando la niña llora seis horas, mama seis veces, caga y vomita otras seis y se queda dormida como los ángeles cuando tú te vas a tirar por la ventana. Peor, todo el mundo tiene un consejo diferente, desde el pediatra hasta el carnicero, que no tiene hijos y sólo le pediste medio kilo de albóndigas, pero él te da el medio kilo y el consejo, porque de críos sabe todo el mundo. No tienes cerca ni familia ni tribu ni perrito que te ladre, sólo Consorte, tú y la pequeña gritona. Y encima te deja con un cuerpo que poco se parece al de fábrica, y que tienes que conseguir aceptar, so pena de gastarte una fortuna en tratamientos de belleza, cirugías, dietas de la pera cocida y cócteles de morfidal. Pero sales adelante. ¡Digo, si sales!
Algunos ejemplos prácticos de cómo todo esto me sirve para empoderar en mi vida:

  • Ser capaz de saltar al agua tras tu hija menor, que no conoce el miedo, desde una tirolina a cuatro metros de altura en presencia de la cuarta parte de la población de tu ciudad natal, el día de la fiesta del agua de las piscinas municipales, importándote un carajo que hayas protagonizado el faletazo del verano. Porque si ella lo ha hecho, su mami no va a ser menos.
  • Hacerme cincuenta kilómetros de carretera de noche, conduciendo con dos hijas penosas, bajo la siguiente premisa: Niñas al conductor no se le molesta y no quiero oír ni una pelea hasta llegar a casa, y cuando digo nada es nada, a no ser que salte sangre, haya humo o vayáis a vomitar. ¿A que vamos a ir fenomenal? Repetid conmigo: ¡Mamá, sí Mamá!
  • Parir a Triqui sin epidural, porque yes, I can. Tras un primer parto dormida de cintura p'abajo, tumbada, con el coño punto de aparición de la actriz invitada apuntando a la luna y el director de escena dejándose caer sobre mis costillas para que saliera la criatura, y de recuerdo más puntos que la mantelería de mi suegra, ni harta de lo que cría mi padre en los toneles del sótano volvía a repetir anestesia. No me va nada el masoquismo y mis pacientes pueden confirmar la alegría con la que dispenso los analgésicos, pero no cambio ese parto por nada del mundo. Yo no he tomado drogas en mi vida, pero cuando vi esa carita experimenté un subidónsubidónsubidónnnnn tal que no dormí en toda la noche de la energía que tenía. Eso sí, lo siento por quien no tuviera tapones de los oídos a mano, porque me despaché a gusto dilatando. Y definitivamente te deja sabiendo que si has hecho eso, puedes con lo que sea, por ejemplo:
  • Discutir con el médico adjunto de la guardia, porque no lleva razón, porque no va a echarte la culpa de algo que no es responsabilidad tuya, y porque este tío no va a poder contigo, que has parido sin epidural. Lo mismo con el de Recursos Humanos, que se cree que tú eres nueva y te quiere poner en el turno de ya te llamo y te digo de qué y dónde vienes, y no sabe que tú has echado los colmillos en los pasillos del hospital. Antes me arrugaba en tales circunstancias, ahora saco la plancha.
  • Defender tus elecciones como madre ante quienes no sienten curiosidad sino desprecio o crítica: ¿Y por qué no les pones pendientes? ¿Y por qué las bautizas tan grandes? ¿Y por qué todavía le das el pecho? ¿Y por qué la llevas colgada de una mochila? ¿Y por qué la llevas a ese colegio público? Señora o caballero: PORQUE PUEDO Y ME DA LA GANA. Me parece fenomenal que usted haga o piense lo contrario. Allá cá uno y sus caunás.
  • Bañarme en la playa o piscina con bikini, con bañador, con camiseta de protección solar (y con burkini si el Decathlon lo vendiera y fuera más cómodo que pringarse de crema y arena), esparciendo o recogiendo lorzas sin más criterio que mi propia comodidad. A quien no le guste mi cuerpo, que mire para otro lado, que hay variedad.
  • Trabajar vestida con el uniforme reglamentario y en la cabeza, según temporada, un gorro de Papá Noel, una diadema de reno con cascabeles, una flor de gitana o una diadema de orejitas de Minnie Mouse o Piglet, porque no hay cosa más aburrida que las interminables sesiones de diálisis, y hay que animar el cotarro un poco.
  • Asistir a clases de danza del vientre. Si hay algo que te ayude a aceptar tu cuerpo, es esto. Da igual que seas alta, baja, guapa, fea, gorda o flaca; de hecho mejor si tienes el culo cual plaza de toros, mejor lo moverás.
  • Matricularme con cuarenta años, por satisfacción personal solamente, en el C1 de Inglés en la EOI, verme haciendo tareas a dúo con mi hija mayor, y contra todo pronóstico, aprobar el examen en la convocatoria de junio. Yes we can!
En esta tarea del autopoder no se crean ustedes que ya lo tengo todo hecho, ni mucho menos. Quedan retos como empezar a luchar por lo que creo, y no sólo defenderlo, mejorar mi estilo de baile y no morirme de pánico al ver una cucaracha. Si aprecian sus 
vidas, no lo intenten ni de broma...

Banghra: My Own Way